Este pasado fin de semana he tenido la oportunidad de ver a dos grandes voces femeninas, totalmente diferentes pero igualmente maravillosas. Una es una dama de la música de raíz americana, la otra una diva del soul, de las grandes, de esa que su nombre es leyenda. Estoy hablando de Lucinda Williams e Irma Thomas, respectivamente. Es curioso como se pueden expresar emociones a través de la música de forma tan diferente pero en el fondo tan parecida. Y como puedes hacerlo usando registros diferentes y desde perspectivas diferentes, para al final emocionar de la misma manera.
Lucinda nos emociona desde la fragilidad. Desde esa voz rasgada y quebrada, desde la voz de una mujer que ha sufrido en la vida. Sus canciones son buena prueba de ello, no tenéis más que leer las letras de “I Lost It” o “Can’t Let Go”, pero podría mencionar muchísimas más. Verla sobre el escenario, es una experiencia única. A pesar de llevar muchos años de carrera, sobre el escenario se muestra insegura y frágil, eso por cierto, no le resta ni un ápice de magnetismo a su música, rematada por su voz a veces temblorosa pero emocionante y emotiva a partes iguales.
En esta última gira de Lucinda, hemos podido disfrutarla en formato acústico, casi íntimo. Acompañada de ese as de la guitarra que es Doug Pettibone y el bajista Dave Sutton. Pettibone era el palo en el que Lucinda se agarraba con fuerza para superar el temporal. Su guitarra la guiaba a buen puerto. Ella mientras tanto se desgarraba en directo y su voz dolorida nos desgarraba a nosotros también. Maravillosa oportunidad de verla en esencia pura. Ya habíamos tenido ocasión de verla con banda en su anterior visita a Barcelona. Todas y cada una de las cuatro veces que la he visto, (la primera vez en París, en un concierto en el que pensé que se marchaba a la segunda canción(, he visto a una Lucinda frágil, pero que se crece en esa fragilidad, que saca una fuerza avasalladora que arrasa (en el buen sentido de la palabra) con todo lo que se encuentra a su paso y nos llega al corazón.
El domingo sin embargo, nos visitó por primera vez en una longeva carrera de casi 50 años en el mundo de la música, Irma Thomas. Esa leyenda del soul, una diva, una dama, una grande que no se queda atrás al lado de nombres como el de Etta James o Aretha Franklin. Una mujer que con 72 años se sube al escenario y deja sin aliento a todo ser viviente que se precie de tener sentimientos. Sino te mueves con sus canciones, siento decírtelo pero estás muerto. Irma puede parecer frágil cuando su marido la acompaña del brazo hasta su sitio en el escenario, pero no nos engañemos. Irma no es frágil, Irma es potencia, es energía, es una fuerza viva de la naturaleza. Su impresionante voz es su signo de identidad, pero también su carisma sobre el escenario. Se come el escenario, se le queda pequeño y eso que parece poquita cosa, pero es grande, tan grande que no cabía en el Apolo. Cuando abría la boca para cantar, todos conteníamos la respiración.
Una noche de esas en las que bailamos sin parar hasta dejarnos el aliento, los pies y lo que hiciera falta. Esta mujer nacida en Louisiana es 100% esencia viva del soul, emoción y fuerza. No es de extrañar que la consideren la reina del soul de Nueva Orleans. Lo es, vino coronada y salió a hombros. Irma transmite emociones a través de su fortaleza, de su poderío de mujer, de su energía rebosante de vida.
Dos mujeres diferentes, dos maneras diferentes de vivir la música, igual de maravillosas, a las que hemos tenido la oportunidad de disfrutar con apenas dos días de diferencia. Con conciertos así, con mujeres así, con voces así es como se vive y se siente la música. Ahora sólo les queda escucharlas. No lo duden, les marcarán.