En un mismo día pudimos ver en el D’A Film festival dos retratos de mujeres que buscan y encuentran su sitio. Mujeres que viven en un entorno hostil que les niega la libertad, pero también mujeres que deciden por sí mismas, que resuelven su vida como ellas quieren y que encuentran dentro de ellas mismas algo que buscaban insistentemente fuera, sin mirarse dentro, sin sentir realmente.
En Bienvenida a Montparnasse, una excelente Laetitia Dosch interpreta a Paula. Una joven en la treintena que ha compartido su vida durante diez años con Joachin, un fotógrafo famoso y mayor que ella que la deja tirada a su vuelta a París tras vivir en México. Paula se ve en la calle, sin un duro y diciéndose a sí misma: “Yo lo era todo para ti y, ahora, ya no soy nada”. No tiene amigos, no tiene relación con sus padres, está sola y se dedica a deambular por un París que no le gusta y que siente como enemigo acompañada únicamente por el gato de su ex. Ha vivido un sueño que en realidad no era suyo, la realidad le ha hecho caer de bruces en la tierra. Paula es una especie de Frances Ha a la francesa. Más desquiciada y loca, tiene una personalidad arrolladora, es demasiado directa, no se corta al decir lo que piensa y a veces provoca que la gente acabe apartándola de su lado. Pero esa forma de ser también hará que tenga los recursos necesarios para acabar desembolviéndose entre extraños con los que acaba conectando.
Entre la tragedia y el drama Bienvenida a Montparnasse, es el primer largometraje de la directora Léonor Serraille, que también firma el excelente guion. Dos elementos, una gran dirección, un guion sólido se suman a la impresionante interpretación de Laetitia Dosch. Ella es la película. Quizás el título original es más acertado Jeune femme. Una mujer joven, que busca su sitio en el mundo, que está en tránsito hacia descubrir qué es lo que realmente quiere en la vida, que está cansada de que otros decidan por ella, qué hacer o incluso cómo ser. Divertida, Serraile logra un equilibrio perfecto entre los momentos más dramáticos y la comedia para este retrato de una mujer que vive la soledad por primera vez y de una forma descarnada en una ciudad que no la quiere. Y que aún así logra encontrar un trabajo que le gusta, amigos con los que se siente bien y que toma sus propias decisiones le pese a quien le pese, sin el lastre de un hombre que decida por ella. Un hombre al que dejó que llenara su vida por completo y cuando se fue se sintió vacía. Ahora tendrá que reconstruirse desde cero, siendo y sintiendo.
Paula es un poco salvaje, vive la vida al máximo, sin pensar en las consecuencias y eso, parece colocarla fuera del radar de la sociedad, donde todo está pautado y no puedes destacar demasiado. Una mujer de treinta años que se espera que sea madura, tenga una relación estable, piense en tener hijos o tener un trabajo adecuado. Todas esas presiones que la sociedad le impone y que Paula intenta sortear como buenamente puede. Enfrentándose a la soledad de la gran ciudad y retratando de paso una sociedad del presente. Pero también retratando a una mujer que por fin, ha decidido tomar las riendas de su propia vida.
Disobedience por su parte, nos devuelve al director chileno Sebastián Lelio tras la excelente y exitosa Una mujer fantástica. Ya nos encandiló con Gloria hace unos años. Está claro que se le da bien retratar el universo de la mujer. Tanto si es el de una mujer madura como en Gloria o el de una mujer transexual en Una mujer fantástica. Su sexto largometraje es el primero que rueda en inglés y en un país que no es el suyo, Inglaterra. En Disobedience narra la historia de dos mujeres con sentimientos prohibidos en una sociedad tradicional. Ronit (Rachel Weisz) se marchó hace años que de la comunidad judía ortodoxa en la que se crió en Londres. Tras la muerte de su padre, el rabino de la misma, decide volver para asistir a su funeral. Allí se encuentra con Dovid (Alessandro Nivola), el sucesor de su padre y amigo de la infancia, que resulta que se ha casado con su mejor amiga de la infancia, Esti (Rachel McAdams). La libertad y sus límites, las consecuencias de decidir por ti misma saliéndote de las normas en una sociedad en la que las normas para las mujeres están escritas a fuego. Esa es la historia de la excelente Disobedience. Ronit rompió esas reglas y se marchó lejos, desconectó de todo y de todos, pasado, familia y amigos. Esti, en cambió, se quedó y eso la ha marcado, ha vivido durante años una vida que no ha querido vivir. Ronit llegará de nuevo para romper esa burbuja de asfixia, de triste y resignada cotidianidad que vive Esti. Los sentimientos crecen hasta que la tensión se hace insoportable.
Aunque el proyecto era de la propia Weisz, basado en la novela de Naomi Alderman (Weisz es también la coproductora), Lelio ha sabido hacerlo suyo desde el principio. Dos protagonistas mujeres en principio totalmente contrapuesta, Ronit que es extrovertida, fotógrafa, vive en Nueva York, en libertad (aparente). Ella se marchó y decidió su futuro. Para su comunidad es un deshonor, una persona totalmente irrespetuosa con la tradición que además, para más inri, es hija de un rabino. Y la otra es Esti, tímida, respetuosa, mujer de un futuro rabino, profesora, que sigue los mandamientos de la Tora, que se ha anulado como persona para seguir la tradición que de una mujer se supone en una comunidad como la que habita. Que ha reprimido todas sus emociones y pasiones, lo que sintió y siente por Ronnit y que dejó atrás para ser lo que se esperaba de ella. Esti vivirá el drama de su verdadera identidad enfrentada a su religión, la que respeta pero le ahoga. La impresionante interpretación de ambas actrices logra el efecto deseado, que vivamos estas emociones que ambas sienten y las cárceles que ambas se han autoimpuesto, incluso Ronnie en la libertad de otro país, otro continente, otra sociedad vive amargada por no haberse premitido sentir sus emociones como las sentía y no como la habían educado. Gracias al magistral trabajo de ambas actrices vivimos esa opresión y nos quema.
Libertad versus educación. La forma en la que quieres vivir contra la forma en la que la sociedad dicta cómo tienes que vivir, cómo tienes que sentir. Más aún, cuando es una comunidad tan tradicional como la judía ortodoxa, en la que la mujer tiene un papel tan limitado, complicándose todavía más cuando eres lesbiana y eso es algo que está totalmente estigmatizado, arder en el infierno parecería poco castigo para ello. Esos sentimientos de Esti son tratados como una enfermedad y el matrimonio fue su cura, recetada por el rabino. Esa es la triste realidad de la mujer en este caso, pero puede ser un buen ejemplo de lo que las mujeres viven en la mayoría de las sociedades y más cuando tu orientación sexual no es la que se espera. Libertad es una palabra que no existe, la religión, la familia, incluso tú misma y tus miedos impiden que sea así. Hasta que Ronnie vuelve, Esti no es capaz de enfrentarse de una vez por todas a sus miedos. Y eso Lelio lo narra con una maestría apabullante.
Visualmente perfecta, la cámara atrapa a los personajes no solamente Ronit y Esti, también Dovid, que se ve en medio de este triángulo y que también tendrá que cuestionarse su propio papel en la vida. La cámara los asfixia, crea la tensión y la atmósfera que viven y con ellos, la vivimos nosotros. Pero también las hace libres, les transforma. Impresionante el viaje a Londres en metro de las dos mujeres y la salida a la gran ciudad, las calles en las que Ronnit y Esti se dan la mano, pueden darse por fin la mano sin sentir miedo, en las que respiran y son libres por primera vez. En el que se dicen tantas cosas sin decirse. Lelio consigue transmitir de una forma desgarradoramente emocional y con ello regalarnos otra gran historia de mujeres.