En una época en la que gracias al cine digital y las nuevas tecnologías realizar una película resulta más barato que nunca, el problema de los nuevos directores reside, no ya tanto en conseguir materializar sus proyectos, sino en destacarlos de entre el maremágnum y lograr darles la visibilidad adecuada. De unos años a esta parte, el cierre progresivo de numerosas salas de cine ha dificultado aun más la ya difícil tarea de conseguir que el cine independiente y autoproducido tenga una buena distribución comercial, y en algunas ciudades como Barcelona son los pequeños festivales los que suplen esta carencia. Los modos de hacer han cambiado y esto es un hecho, pero la industria todavía sigue en proceso de adaptación, a su ritmo (algo lento, todo sea dicho). Ignoro cuál será el futuro de este tipo de películas, probablemente Internet acabe siendo la principal (y tal vez única) ventana para la inmensa mayoría de estas producciones, pero mientras este convulso presente se acaba de definir, aprovecharemos las oportunidades que algunos festivales nos ofrecen. En este caso, la segunda edición del Craft Film Festival ha traído hasta Barcelona media docena de títulos de países como Taiwán, Macedonia, Rusia, Alemania, Japón y Polonia. Me asalta la duda de por qué, si se apuesta por un cine de bajo presupuesto, autoproducido y con dificultades para conseguir exhibición, no se ha optado por elegir ninguna producción española, aunque tal vez sea porque el comité de selección ha considerado que otros festivales de Barcelona como L’Alternativa o el D’A ya cumplen esta función en lo que a producciones nacionales y locales se refiere.
El título del festival me llevó a preguntarme por el concepto “cine artesanal” (expresión que aparece en su spot promocional) y también a preguntarme sobre el porqué de la selección de películas. Al pensar en esta desconcertante expresión, “cine artesanal”, esta me llevó automáticamente al concepto de analógico. Pensé en el hecho de tocar el celuloide, de cortar los fotogramas con tus propias manos y recuperar esa materialidad un tanto fetichista que el cine ha perdido con la llegada del digital. Pensé en la recuperación de archivos domésticos en Super-8, en vídeos familiares y registros amateurs, en formatos ya obsoletos cuya desaparición intentamos evitar a toda costa. En efecto, mi capacidad de interpretación me jugó una mala pasada y el concepto del festival poco o nada tiene que ver con todo esto, acotando su definición de artesanal a películas, simplemente, de bajo presupuesto. En este caso, media docena de films de heterogénea temática y calidad variable que, eso sí, no habríamos podido ver de otro modo en pantalla grande. Personalmente, he echado de menos una verdadera vocación de riesgo a nivel conceptual, además de un mayor rigor en la programación, una mejor organización y un subtitulado en condiciones y sin faltas de ortografía (ya lo sé, tal vez pido demasiado). Pero al margen de dichos inconvenientes, todas aquellas iniciativas que ayuden a difundir aquel cine con dificultades para conseguir exhibición comercial, son siempre bienvenidas. Os hablamos a continuación de las películas vistas en este festival.
La obra que se alzó con el premio del jurado fue Consolation, largometraje de Pawel Podlejski que aborda la relación entre sus dos protagonistas, Patryck y Paulina, a los les separan veinte años de diferencia y supuestamente les une una inesperada relación familiar (aun a pesar de haber estado separados durante 20 años). Una obra que reflexiona con sobriedad sobre el paso del tiempo, los lazos familiares y la necesidad de perseguir tus sueños (sean americanos o no), para poder tener al menos la conciencia tranquila tras haberlo intentado. Podlejski nos muestra dos personajes solitarios (sobre todo él) y ariscos (sobre todo ella) entre los que se produce una inevitable tensión inicial que devendrá en algo muy distinto. Se toma su tiempo y desarrolla la historia con calma, confiando en la capacidad interpretativa de los actores y en la solidez del guion, sin duda alguna sus mejores bazas.
Por otro lado, Die Körper der Astronauten (Los cuerpos de los astronautas) es el debut en el largometraje de Alisa Berger (con el que ha finalizado, además, sus estudios en la KHM Academy of Media Arts), un drama intimista con sutiles toques de ciencia ficción que aborda las relaciones entre los miembros de una familia. Anton y Linda viven con su padre, pero ya no son niños y desean ser más independientes. Anton empieza a hacer las pruebas para convertirse en astronauta, Linda empieza a descubrir su sexualidad, y su padre Michael (alcohólico, irascible y violento), ante la posibilidad de quedarse solo, acabará cayendo en una espiral de degradación física y psicológica. Tanto el guion y la dirección de Alisa Berger como las interpretaciones de los actores potencian con acierto la sensibilidad del film, y el poético acercamiento que hace la cámara a los cuerpos de esos astronautas a los que hace referencia el título de la película (y que son en realidad, todos y cada uno de los miembros de la familia) es directo y honesto, configurando un más que prometedor debut que esperamos tenga un exitoso recorrido por festivales.
El premio del público recayó en la japonesa Arubino no ki (Albino’s Trees), largometraje que muestra, tal vez con excesiva parsimonia zen, el choque entre la inclemente metrópolis y todos aquellos núcleos rurales que luchan por mantener sus viejas tradiciones, tan incompatibles con el ritmo de vida que el neoliberalismo nos impone. Con una hermosa fotografía pero un guion un tanto deslavazado, su director Masakazu Kaneko introduce la posibilidad de un elemento ligeramente fantástico en el argumento para intentar acrecentar la tensión de un film que, sin embargo, funciona de manera un tanto irregular. Consiguiendo, eso sí, algunos momentos de incuestionable belleza poética.
El resto de largometrajes proyectados resultaron, desafortunadamente, menos destacables. El film taiwanés Paradoxical, encargado de inaugurar el festival, constituye una muestra más de película de ciencia ficción de bajo presupuesto con romance de por medio y, aunque tiene algunos buenos momentos e interesantes metáforas, recurre al subrayado y la reiteración para intentar dotar de entereza a un guion algo endeble. El acercamiento realizado al cine negro por The Lightness Darkness resultó también algo decepcionante, y su peculiar ambientación y fotografía en blanco y negro no fueron suficientes para mantener el interés de una historia algo tópica interpretada por unos hieráticos actores no del todo capaces de transmitir el supuesto humor negro del guion. Por último, la macedonia Horse Riders se convirtió probablemente en la propuesta más extrema del festival, sin que ello signifique necesariamente algo positivo. Tres únicos intérpretes para una historia que coquetea sin complejos con la pornografía emocional, retratando las desventuras de tres jóvenes sin hogar que pasan sus días, literalmente, debajo de un puente. La voluntad de realizar un filme con una temática como esta es realmente loable, pero entonces el principal reto (y nada fácil, por cierto) es conseguir una cierta verosimilitud en la construcción de dichos personajes, alejándose de un acercamiento buenista y plagado de tópicos que en este caso su director no ha podido evitar.