¿Sabéis esa sensación de que no llegáis a todo? La sensación de que siempre hay algo que se esconde más allá, algo que os habéis perdido. Por un lado, es una sensación abrumadora. Por el otro, es una invitación continua al descubrimiento.
Esta semana vi la película Un gesto estúpido e inútil, y la primera cosa que me vino a la mente cuando llevaba unos minutos de visionado fue: ¿Por qué no conocía a Douglas Kenney y a Henry Beard? ¿Por qué no conocía la revista National Lampoon, editada de 1970 hasta 1998?
Soy claramente público objetivo de lo que hicieron en su día esta gente. Me fascina el surrealismo, el sarcasmo, la subcultura estadounidense y el humor cafre. Y, sobre todo, hay una fuerte conexión entre el equipo de cómicos, creativos y descerebrados que colabroaban en National Lampoon y una de mis grandes obsesiones de los últimos años: Saturday Night Live. Que alguien me diga por qué no había oído hablar de estoa troupe hasta ahora.
Un gesto estúpido e inútil (David Wain, 2018) es un biopic coral que recorre las andanzas de este grupo de humoristas locos, centrándose sobre todo en uno de sus dos impulsores, Douglas Kenney.
Como no podía ser de otro modo, la película cuenta con un elenco cargado de caras conocidas de la comedia. Un aspecto entrañable es que no se han esmerado demasiado en caracterizar a los actores, y sería difícil reconocer al personaje de Bill Murray, John Belushi o Chevy Chase si no fuera por los cartelitos de presentación.
Hay dos detalles de cásting que me parecen simbólicos y muy divertidos. El primero es que el encargado de dar vida a Douglas Kenney sea Will Forte, miembro del equipo de Saturday Night Live desde 2002 a 2010; la ironía es que Doug no tuvo precisamente una buena relación con SNL, ya que buena parte de los talentos que lo rodeaban en el colecivo de National Lampoon formaron parte de la primera hornada de SNL.
El segundo detalle curioso es que el encargado de interpretar a Chevy Chase sea su antagonista en la maravillosa Community, Joel McHale.
Esta no es una película que uno ve si va en busca de una obra maestra. Y no pude evitar la sensación de que se queda corta al intentar concentrar muchas vidas y muchos momentos en poco tiempo, con el riesgo de quedarse en lo caricaturesco.
Pero al final es un buen documento sobre un momento, una gente, una idea. Sobre todo, es una puerta a la historia de la comedia estadounidense de las últimas décadas. Tiene un interesante e irreverente mecanismo narrativo.
Dedícale dos horas de tu vida. Un gesto estúpido e inútil, pero necesario.