¿Por qué nadie me había hablado de El método Kominsky? El todopoderoso Netflix nos mete sus series por los ojos tanto si queremos como si no. Las vemos hasta en la sopa. Su publicidad nos apabulla, nos asalta, nos exalta, nos cabrea. Miren sino el lío que se ha montado con la pobre Marie Kondo, gracias a la insistencia de Netflix, la mayoría de la población parece que ha descubierto como convertir el agua en oro. ¡Eureka! Esa señora lleva años con sus libros pero hasta que no ha entrado en la maquinaria publicitaria de Netflix no ha habido: ¡Kaboom!
¿Entonces por qué demonios Netflix no ha hecho lo mismo con esta maravillosa serie? Les debe importar un pimiento, tienen series para parar un carro. Pues muy mal, porque El método Kominsky es una maravilla gloriosamente interpretada por Alan Arkin y Michael Douglas, este último también hace las veces de productor. Divertida a rabiar, la serie nos cuenta la historia de Sandy Kominsky (Douglas), un actor que hace años que no trabaja como tal pero que se dedica a enseñar el método Kominsky como prestigioso profesor en su propia escuela. Un narcisista de tomo y lomo que vive como si tuviera 30 años menos. Junto a él está su mejor amigo y agente, Norman Newlander (Arkin), que enviuda justo al empezar la serie de la única mujer a la que ha amado en su vida. Un cascarrabias de manual que se hace totalmente adorable y al que une una amistad a prueba de bombas con Sandy. Ambos se enfrentan a la vejez con buenas dosis de positivismo y el sabor amargo de los últimos años de tu vida. Dos ancianos que se acompañan, se ayudan y se enfrenta al día a día de su vida. Que le buscan sentido a la misma, al fin y al cabo, cuando ya has vivido gran parte de tu vida.
La serie está creada por nada más y nada menos que Chuck Lorre, ya sabéis el autor de The Big Bang Theory o Mom. Quizás por eso no lo han vendido a lo grande. No querrían que la gente pensase que iba a Sheldon en la tercera edad. Que no os pierda la referencia. Esto es otra cosa. Es comedia sí, pero tiene sus momentos de drama en un equilibro perfecto. No es la típica serie de Lorre, no es para reírte a carcajadas. Te ríes, pero también te deja a veces un poso amargo, una punzadita en el corazón. Ambos protagonista brillan. Tanto Douglas como Arkin están pletóricos. Y dan a la historia el sentido que se merece con sus interpretaciones. Les acompañan Sara Baker como Mindy Kominsky, la hija de Sandy que le ayuda a llevar la escuela y muchas veces la vida. Susan Sullivan como Eileen, la mujer de Norman. Nancy Travis como Lisa, la alumna madurita de Sandy por la que empieza a sentir algo y Lisa Edelstein como Phoebe, la hija rebelde de Norman y Eileen. Atención, hay cameos muy interesantes. La serie es corta. Ocho episodios. Cada uno de entre 30 y 25 minutos. Certeros, directos. Los guiones nos dan justo lo que necesitamos, ni más ni menos. Para verla de un tirón. Ya estáis tardando.