“La comedia depende de una ruptura con el orden racional. Disloca perspectivas y yuxtapone acciones separadas como si se correspondieran. La sensación desorienta, crea patrones de mosaicos aleatorios y capas inquietantes. El sinsentido tiene el poder de deconstruir” Melanie Smith
Coincidiendo con la exposición temporal que le ha organizado el MACBA de Barcelona (del 18 de mayo y hasta el 7 de octubre del presente curso), aprovechamos aquí para repasar parte de la obra audiovisual de Melanie Smith, artista británica afincada en México desde finales de los 80. En el museo de arte contemporáneo más desconocido de la ciudad (y que os recordamos que es gratis todos los sábados de 16 a 20h, gentileza de cierta multinacional japonesa) sabréis de sus fugas abstractas, su pasión por el naranja recurrente, el medievo más desasosegante y la incomodidad que acaba provocando lo cotidiano.
Comenzamos con ese vano intento por ordenar el caos que es Estadio Azteca. Proeza maleable (2010). Centenares de estudiantes desplegando cartelería en las gradas de un campo de fútbol, con la intención –sobre el papel- de conformar murales a una escala contundente. Hemos visto muchas veces ese despliegue de disciplina coreográfica que asociamos casi siempre con la cultura asiática; todos colaborando con la única finalidad de… ¿exaltar el propio logro colectivo?
Pues bien, esta vez las cosas no saldrán según lo previsto. La perfección se mostrará esquiva: siempre habrá elementos disonantes, ruido de fondo que convertirá la sinfonía en un ensayo de orquesta malavenida. De hecho, quién sabe si esa sed de control no acaba espoleando precisamente el sentimiento contrario; a fin de cuentas y como anuncia la pantalla gigante, “la revolución no se transmitirá por la televisión”. Así que llegan las interferencias y triunfa la anarquía (por una vez).
En otro de sus trabajos asistimos a lo que bien podría definirse como “performance a traición”, indispensable para que su carácter improvisado resulte por una vez público y notorio. Una esforzada hija del primer mundo tomando clases de salsa, en un entorno kitsch (lo exótico intoxicante: palmeras, colores chillones, iluminación de feria itinerante). Un eco contemporáneo de un found footage a base de instantáneas: las fotos encontradas en un mercadillo que ilustraban una obra de teatro del off off México, con una imaginería bizarra que parece sacada de La montaña sagrada (1973) de Jodorowsky. A la postre, lo radical y alternativo acaba resultando entrañable o quizás sea que la sociedad de consumo se las apaña para fagocitar y banalizar cualquier intentona de contracultura.
… y mientras todo esto acontece, un misterioso fardo en forma de boya vaga por medio Perú (Bulto (2011)). Podría ser cualquier cosa, aunque la autora nos aclara que ha querido que se asemejase a las urnas funerarias empleadas por cierta civilización mesoamericana. Nadie recuerda ya su cometido de antaño y se pasea con impunidad por bancos, manifestaciones, desiertos o puertos sin que sepamos a dónde va ni qué contiene exactamente.
A la manera de belenes vivientes, diversos cuadros medievales ricos en simbología y ansiosos de milenarismo se despliegan ante nosotros. Varias pantallas a manera de retablos (conservando parte de la parafernalia, como esa enorme oreja que preside un extremo de la instalación Farsa y falsedad (2017-2018)) rememoran el making off de los aquelarres mórbidos de El Bosco o Pieter Brueghel el Viejo. La oscuridad cae definitivamente sobre un mundo para el que hasta el final deberá de ser un acontecimiento representable.
El encuadre colmatado, substraído progresivamente por la acción de la naturaleza o del creador. Parres Trilogy (2004-2005) son tres piezas de otros tantos minutos en las que lo observable cada vez se vuelve más estrecho, menos identificable. La cámara no siempre está quieta: también la vemos alejarse bajo la lluvia hasta los límites impuestos por la distancia focal. La propia Melanie, bajo la lluvia torrencial, posa en actitud sufriente.
El límite entre lo visible (lo identificable) y lo invisible (la abstracción, la realidad apenas adivinable). Esta es la frontera explorada por Melanie con insistencia: ¿en qué momento la farsa triunfa? ¿Cuándo logra imponerse esa ficción sobre lo que creíamos aprensible, tangible, cuantificable?
Quizás las empresas humanas más descabelladas tuvieron siempre algo de artificio autoconsciente. Tres lugares abandonados (uno de ellos, sólo aparentemente) conforman esta ligazón entre irrealidad y abandono. Tres cementerios, tres despojos imbricados: una ciudad “a la británica” construida para facilitar la explotación del nitrato de Chile, la legendaria Fordlandia en la que el magnate norteamericano del automóvil soñó con esquivar el monopolio del caucho en el Brasil y el jardín del coleccionista de arte surrealista Edward James.
En Maria Elena (2008) nos desplazamos, voladura mediante, hasta la agreste geografía donde se obtiene una de las múltiples materias primas que han hecho de Chile un país tan codiciado por los intereses extranjeros. El nitrato de sodio, concretamente, se continúa utilizando como fertilizante y como materia prima en la fabricación de la pólvora. Maria Elena, levantada a la manera de las colonias de obreros de finales del XIX, tiene todas las comodidades e incongruencias de un no lugar que aspira a asentamiento en mitad de ninguna parte.
Xilitla. Desmantelando 1 (2010) vendría a ser como meterse dentro de un cuadro de Escher. Escaleras laberínticas, perspectivas dramáticas, ventanas que dan a la selva. La proyección en vertical incrementa esta sensación de catedral a medio terminar, de proyecto a lo Fitzcarraldo a nada de sucumbir ahogado por fauna y flora, dispuestas a reclamar lo que siempre les perteneció. El juego de espejos y la búsqueda permanente de una luz ninguneada por la vegetación que todo lo rodea, hace de esta una excursión postmoderna por las ruinas de una Palenque cualquiera.
Y concluimos la búsqueda del último refugio en Fordlandia (2014), un ensayo de población establecida a orillas de un afluente del Amazonas a principios de los años 30 por designio del mismísimo Henry Ford. Diez años duró la intentona de arruinarles el negocio a británicos y holandeses, por la sencilla razón de que aunque había plantación… coño, ¡nadie sabía como cultivar el caucho!
A Melanie le interesan relativamente poco los despojos, los mismos que ha prometido revisitar para la televisión Werner Herzog. No, Melanie nos regala un viaje por tierra, mar y aire: avionetas, chalupas y autobuses traqueteantes donde a pesar de todo uno aspira a dormirse. Al final nos encontramos con lo previsto: silencio, herrumbre, Duchamps improvisados. La inmensa carcajada de unos Dioses impostados; más farsa y artificio tanto en la vida como en la muerte.