La grande bellezza
Paolo Sorrentino, 2013
Fiestas de la alta sociedad italiana que aúnan a artistas, periodistas, empresarios, bon vivants y escoria mediática. Pisos exclusivos, palacios centenarios, calles vacías… así es la Roma que ha decidido mostrarnos Sorrentino. Después de grabar en Estados Unidos e Irlanda, el napolitano ha regresado a la madre patria para rendirle su propio tributo personal a Roma, como lo hicieron directores como Fellini o Moretti.
El protagonista es Jep Gambardella (Toni Servillo), un periodista encantador, ingenioso y amante de los placeres que ofrece su ciudad. En su juventud escribió una única novela de éxito, El aparato humano, respetada por la élite intelectual. Y a sus 65 años, este adorable flaneur empieza a notar los primeros signos de envejecimiento.
La vida de Gambardella ha sido un refinado dolce fare niente, un constante disfrutar de la autocomplacencia, soportando estoicamente la repugnancia que siente por los demás y por sí mismo.
Este observador cínico y desencantado pero siempre seductor nos pasea por su mundo, y sólo se involucra cuando alguien se merece que lo pongan en su puesto. Lo que a él le gusta es estar siempre en un selecto segundo plano, en esa silla estratégicamente apartada, en ese rincón sombrío y sereno del jardín, en su balcón de voyeur. Y nosotros estaremos ahí con él, siguiendo su viaje por ese eterno universo romano.
La fotografía de la película nos regala cuadros de lo más cautivadores (la escena de los flamencos es memorable), los personajes rebosan encanto y tedio a partes iguales, los diálogos son para quedarse en ellos a tomar largas tazas de café y el ritmo es, si se me permite el oxímoron, trepidantemente pausado. Y al terminar las casi dos horas y media, uno sólo tiene ganas de seguir ahí, porque esta entrañable fábula romana supera con creces cualquier realidad que nos espere fuera del cine.
En una entrevista que le hicieron a Paolo Sorrentino en el pasado Festival de Cannes, le preguntaron por las varias alusiones que aparecen en la película a Flaubert y al sentimiento de la nada. Aquí tenemos su respuesta:
El gran escritor y director Mario Soldati decía que Roma, por razones obvias, era la capital que más podía comunicar el sentido de lo eterno. Pero añadía, ¿qué es el sentimiento de lo eterno sino la sensación de la nada?
En otro orden de cosas, una vez le preguntaron a Federico Fellini su opinión sobre el cinema verità. “¿Cine de la verdad? Prefiero el cine de la ¿mentira”.
¿Y por qué os estoy hablando de Fellini, Flaubert, la nada y la mentira? Pues porque La grande bellezza también nos enseña que el cine, la literatura y el arte también pueden estar dedicados a la nada. Porque nuestras existencias son noches de luz y música que un día se acaban y luego sólo está la nada. Y está bien. Porque todos podemos ser Jep Gambardella, todos podemos convertirnos en paseantes cínicos y desencantados, hedonistas y felices. Porque todo es un truco.
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