El Cool Japan y sus múltiples variantes predominaron en este festival no presencial en el que se trata, no lo olvidemos, de hacer proselitismo sobre el Japón, los japoneses y su azarosa circunstancia (no en vano está organizado por la mismísima Japan Foundation). Así que los incondicionales de esta estética -casi de esta ideología- encontraron entre el 14 y el 27 de febrero docena y media de películas para convencidos: algún clasicorro (Rashomon), animación mainstream, algún documental sobre hitos nacionales (el sumo y el ramen, ahí es nada) y en realidad muy pocas cintas filmadas en los últimos 2 años (8 de 18).
La temática predominante en estos filmes también fue bastante “agradable”; entiéndase: sin grandes riesgos que lleven al espectador a suponer que pueda haber tarados o personajes disfuncionales que hacen cine por aquellos lares (y que indudablemente, tú y yo lo sabemos, son los que más nos interesan). Vamos, que no os esperéis ningún Miike ni émulos: cuando Japón exporta industria cinematográfica no maneja autores furibundos, sino pulidos artesanos encantados de hacer país.
En la media docena de filmes vistos se abundaba en ello: distopías amables, mucha protagonista femenina con amagos de empoderamiento (en eso se quedaban), melos con excusa culinaria y películas de época sin mucho empaque.

It’s a summer film! (Sôshi Masumoto, 2021), por empezar por algún lado, parte de una idea ciertamente estimulante: el machihembrado definitivo (y de bajo presupuesto) entre película de samuráis y cine de ciencia ficción. Lástima que al final nos den un quiebro rompecinturas y nos cuelen… pues una de esas películas románticas que tanto dice denostar la protagonista.
Una fan de los chambara -coleccionista de DVDs, orgullosa poseedora de carteles originales de películas protagonizadas por Toshiro Mifune, malabarista de la escoba a falta de katana- convence a su amiga practicante de kendo y a su muy científica compañera de clase para filmar la historia definitiva de espadachines. El detonante es que el club de cine del instituto está rendido al presunto talento de Karin, que los ha embarcado en una historia ñoña de amoríos adolescentes a la japonesa (miraditas, sobreentendidos, paseos por la orilla del río, pasión callada…).
Así que ya os lo podéis imaginar: será cuestión de reclutar un dream team de inadaptados con alguna cualidad oculta, incluyendo a un héroe muy especial que quizás no sea ni contemporáneo de las protagonistas…
Un cine de evasión efectivo, seguro de convocar a sus militantes y con pocas sorpresas en su desarrollo y conclusión. Una pena, porque el comienzo es ciertamente prometedor. Lo más risible, quizás, la forma de promocionarla en la propia web: “una innovadora obra maestra que retrata el paso a la vida adulta e incorpora elementos de ciencia ficción, a la vez que proporciona una nueva mirada sobre los jóvenes que se toman en serio la producción de cine”. Menos lobos, Caperucita.
Entre las abundantes dosis de cine entrañable pero muy sólido destaca Ito (Satoko Yokohama, 2021), protagonizada por una joven con evidentes problemas de sociabilidad que debe de recurrir al shamisen a la hora de expresarse con soltura.
No es poco lo que propone la Yokohama: convertir el más bien sórdido ambiente de las maid café (sí, esos cafés de sirvientas refugio de otakus, salaryman frustrados y, en general, tipos tan retraídos como libidinosos) en un lugar seguro donde una tímida patológica pueda salir del cascarón. Lo cierto es que estos descastados logran recomponer algo parecido a una familia y a pesar de sus intenciones moralizantes, el espectador que tenga un buen día acabará haciendo las paces con la Humanidad.
Sumodo (The Successors of Samurai) (Eiji Sakata, 2020) nos lleva a los “establos” (especie de escuderías donde se forman los luchadores con mayor proyección), el backstage de esos grandes encuentros anuales donde estas montañas de carne (mucho más ágiles de lo que podríamos imaginar) chocan entre sí en combates que rara vez se prolongan más de 20 segundos y donde uno de los dos -o ambos- caen al suelo o son expulsados del círculo sagrado.

Se echa de menos una aclaración sobre cómo funciona el sistema de rankings en esa pirámide hacia la gloria cuya cúspide está ocupada por quien más combates gane contra aquellos de su misma categoría. Tanto da, porque el espectador interesado en el asunto verá saciada de sobras su curiosidad: cómo y cuánto comen, lo exigente de su entrenamiento, su función cuasi religiosa dentro de la sociedad japonesa y la capacidad que tienen para movilizar a masas enfervorecidas.
En The God of Ramen (Takashi Innami, 2013) asistimos a los últimos estertores de un restaurante de ramen situado en el barrio tokiota de Ikebukuro. El Taishoken lleva la friolera de 40 años dando generosas raciones de este reconstituyente cocido nipón. Cuenta con una clientela fija y con un dueño carismático, el viudo Kazuo Yamagishi, un workalcoholic de libro que utiliza su agotadora jornada laboral como forma de castigo autoinfligido.
Pero bueno, ya os lo podéis imaginar: “gambate!” Trabajar mucho es muy guay (¡esto es Japón, señores!) y su historia deviene lección de abnegación y ejemplo extrapolable a todo hombre de bien. El director sigue tanto a este ser profundamente herido como a sus aprendices (alguno de los cuales termina regentando una franquicia exitosa utilizando el gancho del nombre del comercio original), todos enrolados en uno de esos entornos laborales cerrados (casi asfixiantes) que nos invitan a preguntarnos si nosotros seríamos capaces de conservar la salud mental.
Lo que menos se le perdona a Innami es la búsqueda pornográfica del lado emotivo, mistificando una historia de amor que para su único superviviente no es más que pasado y dolor.
Las dos películas de animación de este año estaban firmadas por Yasohiro Yoshiura. Yoshiura empezó en esto del anime allá por 2008 con Eve no jikan (Time of Eve en su periplo internacional), una serie de seis episodios que acabaría fundiéndose en la inevitable película, estrenada en 2010 y que también formaba parte de la parrilla de esta edición del Japanese Film Festival Online.
Como lo mismo un día de estos se estrena su reciente Ai no utagoe o kikasite (2021), decidí rescatar Patema y el mundo inverso (2013), otra sobre multiversos, casi un tic del anime de estas dos últimas décadas. Aquí rizamos el rizo de lo inverosímil: tras una inversión gravitatoria (¿?) el mundo queda repartido entre los de arriba y los de abajo. Vamos, que según cuál sea tu referencia, media humanidad te queda más allá del cielo y viceversa. Ni que decir tiene que un Romeo y una Julieta de cada cuadrante ayudarán a limar asperezas y a establecer vínculos perdurables entre ambas civilizaciones.
La recomiendo especialmente a profesores de física sedientos de filmes que acumulan ridículos científicos.
La más notable de las cintas vistas en esta selección personal fue, sin duda alguna, Aristocrats (2021), la tercera cinta de la realizadora Yukiko Sode. Si tenéis curiosidad por saber qué vida lleva la clase alta de Tokyo -no muy distinta a la de la nuestra, amurallada tras sus residencias en los barrios más exclusivos y menos visitados de la megaurbe- Aristocrats (basada en la novela de Mariko Yamauchi) es un fresco verosímil y hasta nostálgico.
Las nuevas generaciones de hijos de papá se ven compelidos a cumplir con la tradición: un buen matrimonio, continuar con el negocio familiar, darle un heredero a la estirpe. Esos orgullosos descendientes de daimios que terminarán aupados a los principales puestos de la representabilidad japonesa: bancos, partidos políticos, CEOs de algo.

En este caldo de cultivo más bien malsano -para quien no se contente con dejarse llevar, claro está- descubrimos a Hanako, víctima candorosa y diligente. Hará lo que se le diga, incluyendo una intentona de matrimonio concertado. Cualquier cosa con tal de no decepcionar a su mundo.
La obsesiva búsqueda de un marido “a la altura” servirá para repasar la doble moral de esta casta que distingue claramente entre lo que se espera de ellos y lo que les pide el cuerpo. En su búsqueda de “el hombre”, Hanako termina por hacer nuevas amistades femeninas y por afianzar su apuesta por una soledad bien entendida.
Aristocrats -acorde con la nueva “sensibilidad” del gobierno japonés desde hace poco más de una década- nos habla de mujeres por fin independientes, que huyen desesperadamente del estereotipo social y que no están dispuestas a renunciar a su profesión para rendirle tributo a un pater familias que ya no sabe ni qué representa exactamente.