Después de Babel –la menos lograda de sus, hasta entonces, tres películas- a Alejandro González Iñárritu se le presentó un dilema. El dilema por antonomasia de todo director prometedor aupado a Hollywood tras una ópera prima impoluta (la incuestionable Amores perros): asimilación (muerte autoral, vaya) o reivindicación del camino propio usando, justamente, las infalibles armas aportadas por la Industria.
Iñárritu pospuso la decisión concediéndose una prórroga (Biutiful). Ahora, cuatro años después, resuelve brillantemente la dicotomía con Birdman, un auténtico decálogo del cine con pretensiones (siempre preferible al franquiciado), ansioso por situarse en los supuestos “márgenes”… para ser multinominado/multipremiado por su calculadísima osadía. El mejor modo de volver a estar en el juego consiste en proclamar que no se quiere seguir jugando.
Vamos a enumerar sus virtudes para unos, sus burdos engaños para otros:
1.- Un recurso técnico (¿no era un elemento más del lenguaje cinematográfico?, ¿qué sentido tendría rodar toda una peli sólo a base de travellings laterales o planos picados?, ¿por qué nos embelesa tanto esa cámara incansable que persigue, acecha, espera y todo lo presencia?) elevado a la categoría de virguería: el plano secuencia más o menos trucado, amparado en las posibilidades ilimitadas que proporciona lo digital. Y es que la tríada mexicana (del Toro, Cuarón, Iñárritu) va camino de batir a los norteamericanos en su propio terreno, convertidos en adalides de la tecnología usada con inteligencia (aunque no olvidemos cuál es el plan maestro: la reconquista de la taquilla a través de lo inédito, aquél “nunca visto” que tan bien supieron rentabilizar Lucas y Spielberg, puntas de lanza del “estado del arte” de su tiempo).
2.- Actor reconocido y reconocible, pero conocedor también de que su ocaso anda cerca. Sólo un necio diría algo malo de Michael Keaton, el primer batman blockbuster, eternamente desaprovechado pero dispuesto a expirar sus pecados del único modo posible: haciendo apología de ese “hombre de teatro” que toda estrella aspira a ser. Cuando no se es nadie toca despreciar la fama; cuando te conviertes en celebrity te da por obsesionarte con tu legado, la puñetera trascendencia y hasta la frase que quedaría más ingeniosa como epitafio.
3.- Adaptación, tablas, focos, ensayos, público. Louis Malle ya hizo su Gran Hermano actoral con Chéjov (Vania en la calle 42), pero si de alguna fuente bebe esta ebullición previa al estreno es de la Opening night de John Cassavetes. Pasillos, catarsis, antiguos amores, rivalidades enconadas y fantasmas, muchos fantasmas. Puro teatro.
4.- La crítica inmisericorde. El malo natural de toda creatividad substituida por el esfuerzo y el arrojo inconsciente. La dispensadora de carnets de artista. La que se ha arrobado el papel de guardiana de la fe y el conocimiento de Occidente. Iñárritu tiene su propia teoría y la defiende desde el mismo título del filme (La inesperada virtud de la ignorancia): un perfecto idiota puede hacer una obra maestra. Dan igual las motivaciones, cómo llegó nuestro protagonista a idolatrar a Raymond Carver o la honestidad de sus intenciones. Ocurre.
5.- El pasado glorioso nunca vuelve. Se te juzga por tus dos últimas películas, cuál comercial atado a su cifra de ventas más reciente. Nadie vive de préstamos en la capital del cash. Y si, no seamos ingenuos: la taquilla importa (¿por qué si no se ha rodeado Iñárritu de los muy mediáticos Zach Galifianakis y Emma Stone? ¿Qué cinéfilo le negará las excelencias a ese antagonista ideal llamado Edward Norton? ¿Alguien sabe llorar mejor que Naomi Watts?).
6.- Cine dentro del cine. Continuos guiños al star system del momento, a las leyendas urbanas, a la nariz de Meg Ryan, a los que mercadean con su talento. Todos odiamos a la Marvel, aunque todos comamos de ella. Todos queremos ser Ryan Gosling, aunque sepamos que tarde o temprano se pondrá la capa. Todos buscamos a Scorsese en el patio de butacas. Hollywood está enamorada de su propia mitología (sólo así se explica el éxito de productos tan toscos como The Artist), por lo que no cabe la menor duda: la operación obtendrá sus réditos.
7.- Satirizar las novelas de caballería no te convierte en Cervantes. Pero lo cierto es que sin el éxito avasallador de estas últimas no hubiese tenido sentido el Quijote. Sin hombres araña o murciélago, no habría hombre pájaro. Birdman promete un superhéroe neurótico y lo que nos encontramos es con un psicótico endeudado que se sabe mal padre.
8.- El loco es el cuerdo. La voz interior señala el camino, el único posible: la ventana y la libertad creativa. Aunque como en Take Shelter, alberguemos legítimas dudas sobre si lo que ve nuestro héroe es real u ocurre tan solo en su cabeza. El nido del cuco está superpoblado de polluelos que lo sobrevuelan: da que pensar lo estrechamente relacionada que queremos que esté siempre la genialidad con el desquiciamiento.
9.- …e internet, que lo acabó devorando todo. La red es el enemigo, la superficialidad, lo idiota convertido en trending topic. Lo que no se entiende, da miedo. E Iñárritu en esto demuestra ser bastante reaccionario: su análisis de este nuevo orden social (el virtual, ese donde todos compartimos bobadas, hermosas intuiciones y más bobadas) no daría ni para un mal monólogo en el Comedy Central.
10.- El encadenado de ‘the ends’, la renuncia a terminar las historias de una manera unívoca. El anticlímax es casi un cliché de la modernidad: los finales en falso se suceden. Elija usted el suyo, no queremos ser taxativos. Lo podríamos dejar tras el vuelo del fénix, justo antes de entrar en el teatro (no, sería demasiado poético). O quizás segundos antes de salir a escena empuñando el arma fatalmente cargada (no, demasiado melodramático). O tras verlo convertido en un ídolo de masas, dispuesto a ser velado –muera o no- (ah, no, muy tendencioso). Si elaboras un hermoso discurso sobre las apariencias no tiene nada de malo arrojar una conclusión.
Dicho todo lo cuál… vayan a ver Birdman. ¿Por qué? Pues porque sorprende, porque técnicamente resulta deslumbrante, porque Michael Keaton y Edward Norton están inmensos. Algunos de sus recursos les soliviantarán, otros les dejarán ojipláticos. Así que nos da igual cuán ignorantes sean sus artífices o la enorme paradoja de que para contar una historia tan pequeña se requieran los medios que sólo puede proporcionar la meca del cine. Cuantifiquen ustedes mismos la trampa que esconde.
Pero bienvenido sea este cine hecho para que se hable del cine.