Un joven de Santa Coloma de Farners que vive con su padre en la casa familiar. Una familia desestructurada y una actitud un tanto nihilista. Una única obsesión: las armas. Este es el planteamiento inicial de Game Over, documental dirigido por Alba Sotorra. ¿Puede ser la guerra la respuesta para Djalal? No está seguro, pero está dispuesto a averiguarlo, por eso se marcha a Afganistán. Durante varios años, seguiremos a Djalal en su periplo vital y su búsqueda de respuestas. Lo seguiremos desde la distancia, sin tomar partido, limitándonos a observar por el agujero de la cerradura. A observar su indecisión y su apatía, a observar como poco a poco se descompone todo aquello que le rodea. Las discusiones con sus padres, la apática relación con su novia. Aparecen grietas en la estabilidad de su familia, los ricos también lloran, las clases altas se tambalean. Y mientras tanto, Djalal sigue sin tener un objetivo claro en la vida. La guerra no ha servido de nada. Ni para él, ni para los demás. Djalal tiene un perfil en las redes sociales y una gran cantidad de seguidores. Djalal es Lord Sex. Tiene veinticinco años y una gran falta de expectativas. ¿Para qué estudiar? ¿Para qué hacer nada? Ya es extremadamente popular en Facebook, a lo mejor no hace falta nada más. Tan sólo, su fama virtual y su uniforme de guerra. Pero no, eso tampoco le satisface. Tendrá que seguir buscando. La guerra en directo fascina menos que en diferido. No es como se la había imaginado. No es como en las películas.
Y de un barrio residencial de Santa Coloma de Farners viajamos hasta la lejana Indonesia. La mirada del silencio (The Look of silence) es la segunda parte de The Act of Killing, película galardonada en este mismo festival dos años atrás. Ambos documentales conforman un díptico visceral que retrata el genocidio en Indonesia
en los años 60 y reflexiona sobre la muerte de cientos de personas inocentes. Joshua Oppenheimer se acerca a aquellos que cometieron dichos asesinatos y les enfrenta de nuevo, muchos años después, a aquellas atrocidades. Oppenheimer incomoda a los asesinos (que años después, siguen ostentando el poder) e incomoda al espectador. La representación de la muerte (los torturadores describen sin pudor ante las cámaras todo lo que hicieron y por qué) es tan amarga como la indiferencia de algunos seres humanos ante el sufrimiento ajeno. “Eran comunistas. No rezaban. Era lo que había que hacer. Pensábamos que era lo correcto. Nos bebíamos su sangre para no volvernos locos”. Hablan ante las cámaras, se sienten algo incómodos, no sabemos si culpables, probablemente no. El paso del tiempo ha creado una pátina sobre los recuerdos de los asesinos que el protagonista de La mirada del silencio empieza a disolver de modo eficaz. Quiere saber quién mató a su hermano Ramli, lo que pasó cuando se lo llevaron. Como optometrista, calcula las dioptrías de sus clientes para que puedan ver las cosas nítidas de nuevo. Como víctima indirecta de una masacre devastadora, intenta que los perpetradores adquieran un mínimo de conciencia y observen la magnitud de la tragedia, aquella de la que ellos son los únicos culpables.
Hijo de inmigrantes lituanos, Antanas Mockus es un rara avis en el panorama político de Colombia. La vida es sagrada narra la historia de este candidato presidencial y su lucha pacifista contra la corrupción y la violencia en un país que ostenta una de las tasas de asesinato más elevadas del mundo. Ingenuas, extravagantes y radicales para algunos, efectivas y necesarias para otros, las medidas de Mockus pretendían conseguir un cambio profundo en la sociedad colombiana basado en el diálogo y el entendimiento, evitando combatir la violencia con violencia, método empleado por presidentes anteriores que había acabado con la vida de cientos de personas inocentes. La imagen que se nos ofrece de Mockus se encuentra en las antípodas de lo que podríamos pensar de un político. Licenciado en matemáticas y filosofía, no se crece al subir a un escenario. No percibimos en él ansias de poder. Su humildad no es impostada. De hecho, le encantaría poder susurrar sus discursos al público. Se queda en blanco a menudo, pero acaba por encontrar una respuesta a las preguntas. Una respuesta que no es la que nadie se imagina. Puede que Mockus sea la representación de una utopía, la de una Colombia sin violencia, o puede que sea una realidad. Eso es algo que tendría que decidirse en las urnas.
Hija de padre yemenita y madre escocesa, Sara Ishaq regresa a Yemen después de diez años de ausencia con la intención de visitar a su padre. The Mulberry House es el video diario que documenta su regreso. Se fue a vivir a Escocia con su madre y se hizo directora de cine. Podríamos decir que renunció a una parte de sus raíces. Junto a ella, su cámara de vídeo, todo el tiempo en funcionamiento. Una cámara que registra los cambios, las convulsiones, las revueltas, la revolución que está sufriendo su país de origen. No sabe si se siente como en casa. Ha pasado mucho tiempo, aunque por supuesto sigue queriendo a su familia. Dialoga con su padre, que intenta comprender por qué se marchó, por qué rechazó esa cultura que él tanto respeta. Todavía no sabe que Sara, como todas esas personas que se manifiestan en las calles de Yemen, lo único que quiere es libertad.