Uno de los mayores aciertos de la poesía oral es la mezcla de la introspección del poeta junto a la interacción de distintos elementos como la expresión teatral o la integración de los elementos poéticos dentro del teatro. El viernes pasado quedé gratamente impresionado al contemplar un curioso combinado de comunicación artística mediante la utilización de un argumento serpenteante, ramificado en diferentes hilos e historias dentro del mismo relato como si fuera un camino que conduce a un final insospechado. Y de hecho así fue; “Con la misma mano de escribir”, una original representación teatral con tintes poéticos interpretada por la compañía Set Sentits y capitaneada por el Slammer Salva Soler, zarpó el pasado 3 de julio de las costas de un puerto llamado Ensayo para aventurarse ante el público; el juez que bate las palmas y mira el reloj cuando alguno de los elementos que acontecen ante sus ojos no es de su agrado. Y la impresión fue gratificante, casi onírica, algo claustrofóbica y muy sugerente; no hizo falta mirar relojes o pensar en que estará ocurriendo en el exterior. Lo curioso de ver la metamorfosis de un poeta oral convertido en un actor suscita el interés por parte de un artista (servidor) cuyo único altavoz es la escritura. Vi naturalidad en la escenificación convertida en fuerza poética al centrar la acción de la obra en introspección poética, es decir, vislumbré el combinado perfecto de teatro y poesía.
Foto Set Sentits
La obra relata los últimos días de un grupo de ciudadanos (provistos de una personalidad distinta ante lo que se impone dentro de los parámetros establecidos), con un oscuro pasado dentro de una variante de distopía muy parecida a la narrada en el cómic de Alan Moore (V de Vendetta) o la creada por el accidente ficticio de avión en la serie “Lost”. Gente común con problemas comunes cuya vida interior no es aceptada dentro de la sociedad; apéndices de la personalidad que la hipocresía social no incluye en su maletín. Una sociedad que no sabe como contestarle a un exsoldado a sueldo o a una chica que le robaron la vista. Una sociedad que no sabe de atletas lesionados de por vida, de hombres que se maquillan en solitario, de mercenarias oscuras, de hombres sin pasado, de inocentes que buscan su lugar en el mundo, de expresidiarios redimidos, de fotógrafas de la muerte o de genios solitarios. El elenco es variopinto, pero a su vez es real. Es en el nexo que une lo social de lo asocial donde se alimenta la personalidad del ser humano. La negrura de su pasado o de su presente no le alienta a mostrarse tal como es. El monstruo se esconde detrás de una pared que no le hace falta ser opaca porque el mundo sabe que todos tenemos algo de negrura en el alma.
Foto Atom
En este caso la ficción se nutre de la realidad para enfocar la soledad del ser humano de un modo directo y sin rodeos. El concepto de “Con la misma mano de escribir” es cruel, es punzante, está afilado para seccionar conciencias. Y lo consigue. Se vislumbra un futuro no muy lejano; un futuro distópico que abre las alas de la realidad a modo de advertencia.
Los personajes se desnudan ante el público de una forma distinta como lo hacen ante sus compañeros dentro de la historia; las emociones solo son vistas por el espectador, mientras que los compañeros de reparto simplemente son confidentes de un pasado castigado por otros monstruos de la sociedad. En las dos horas y media que dura el espectáculo, se vislumbra la poesía, la oscuridad, la interpretación y sobretodo la poética surgida del Slam. Se habla de perdón, de redención, de bondad, de maldad, de hambre y de esfuerzo. Se habla de lo que algunos carecen y otros poseen. Se busca curar heridas, cerrar cicatrices, hacer estallar la bomba que todos llevamos dentro. En definitiva, el coctel de necesidades humanas está servido dentro de una cápsula de realidad paralela. En la obra se habla de un Gobierno repleto de oscuridad, de control, de armas efectivas que no necesitan ser amartilladas porque el dolor que causan se camufla dentro de un sistema impuesto. Se obliga a la sociedad a convertirse en un pensamiento único, en una idea inconcebible, en un trauma originado en una única mente. De este modo se controla el rebaño porque se tiene miedo. Miedo al monstruo en el que puede convertirse el hombre. Miedo ante no saber la reacción de quien se tiene enfrente.
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En la obra aparecen personajes con personalidades peculiares, reales, pero poco corrientes para generar interés en el espectador. De ahí que –en un contexto social- veamos normal a un tipo que trabaja en el negocio del automóvil cuyo pasado está teñido por la sangre derramada en su pasado como soldado, pero no apreciemos la piel de lobo que cubre al cordero. Y así ocurre en todos los personajes, que en realidad, son elementos que conforman la comunidad existente. En algunos personajes, por no decir en todos, podemos ver como bajo el manto de anormalidad se esconde un ser que tiene miedo, que tiene sentimientos y que busca un lugar donde enroscarse tranquilamente sin que nadie lo increpe. Un lugar en el que pueda desarrollar su personalidad. Pero ni dentro de una cueva, lejos de los ojos del Estado, puede esconderse; siempre hay ojos y oídos que lo ven y lo escuchan. Como sus propios compañeros, hijos de un dolor que parece irse nunca.
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Hasta que el control se define a sí mismo igual que un halcón que todo lo ve desde las alturas y finalmente encuentra a su presa. El drama toma forma en la oscuridad de la cueva donde los personajes se esconden, engañados por un plan sin malicia que simplemente necesita de la posteridad para convertirse en realidad. Hasta que llega el fin; un final en cámara lenta no es algo común en un desenlace esculpido en formato teatral, pero es efectivo y casi –me atrevería a decir- extraído de la disciplina del séptimo arte.
Por lo que pude enterarme hablando con algunos de los actores a la salida del show, “Con la misma mano de escribir” volverá en octubre pero no supe adivinar dónde. Será en Barcelona, eso seguro. Y quizá será más corta. Eso ya no lo sé.
Foto Atom