A los verdaderamente grandes sólo se les reconocen los méritos en la penúltima línea del obituario. Y como sabemos que el bueno de Chuck habrá tenido que tirar de anabolizantes y demás pastillas de colores para estar a la altura de Stallone, Statham, Van Damme y Schwarzenegger, preferimos emprender el proceso de canonización antes de que nos de un susto.
Por las venas de este mozo de Oklahoma corre sangre irlandesa y cherokee. Una circunstancia que lo acabaría inspirando para “componer” algunos de sus personajes más memorables, con la honorable pátina del misticismo tribal (tampoco se explica muy bien su querencia por esta minoría, máxime cuando todas las biografías consultadas aseguran que su padre indio se iba a por tabaco cada pocos meses y pillaba unas cogorzas del quince).
Sea como fuere, el chico supo abrirse paso en la vida. El tío Sam posó su mirada cetrina sobre él y Chuck no lo dudó: a finales de los años cincuenta se alista en la Fuerza Aérea y es destinado en Corea, donde descubre el maravilloso mundo de las artes marciales. En 1962 vuelve a casa con su cinturón negro debajo del brazo y comienza a dar clases a celebrities: desde la señora de Elvis Presley al mismísimo Steve McQueen, el cuál acabaría animándolo para que probase suerte en el mundo del cine con una de esas frases que resultan premonitorias (“si no sabes hacer ninguna otra cosa, siempre te queda la actuación”). Pero para aquello todavía faltaba tiempo, porque nuestro Chuck estaba muy centrado: fue campeón mundial de kárate en la categoría de pesos medios (¡invicto!) entre 1968 y 1974.
El tío por tener tiene hasta un sistema de defensa propio, un derivado del Tang Soo Do bautizado como Chun Kuk Do (el “camino Universal”, por traducirlo de alguna manera). Y como cualquier código con algo de marcialidad, tiene sus 12 mandamientos. Dos de ellos hay que reconocer que los ha cumplido a rajatabla: “Si no tengo nada bueno que decir sobre una persona, no diré nada” (que vendría a ser el leitmotiv de todas sus actuaciones: negarle la réplica a su interlocutor y permanecer en silencio, así, ‘to’ muy quieto) y “me mantendré siempre leal a Dios, mi país, mi familia y a mis amigos”. ¡Mejora eso, Charlton Heston! (Él es así, siempre a la derecha del mundo).
Pero su mirada de cenutrio (¿qué buscas en el horizonte cuál ilustrado en el Siglo de las Luces, Chuck?) y su pecho lobo nos suenan de verdad desde su segunda aparición en la gran pantalla: El furor del dragón (1972). En ella mantenía un duelo a muerte con Bruce Lee en el Coliseo de Roma (fue el mismísimo Bruce quién lo eligió como rival en la que fue su primera película como director). El aspirante al trono de las coces demostraba respeto al maestro y hacía algo que no repetiría muy a menudo en su carrera: perder.
Del resto de su filmografía setentera sólo destacaremos Breaker! Breaker! (1977) (os la podéis imaginar como una mezcla entre Conspiración de silencio y el Breakdown de Kurt Russell, con camionero cabreado y pueblo perverso y confabulado) y Los valientes visten de negro (1978), donde terminó de perfilar su rol posero y su gusto por las escenas ‘¿has visto eso, Manolo? ¡Rebobina pero ya!’ (si, esta es aquella en la que intentan atropellarlo y el conductor acaba muriendo empalado por su pierna, que entra con precisión quirúrgica por el parabrisas del coche).
Pero la leyenda del verdadero exceso comienza en la era Reagan (1980-1988), con una serie de películas ultraviolentas que glorificaban hasta la comicidad el “ser estadounidense”. Si uno prescinde de su infumable carga ideológica (comunistas malos, el ejercito es tu amigo, invadimos países con fines humanitarios, velamos por el orden mundial, matamos a gente, si, pero algo habrán hecho, ¿no?) tiene asegurada una tarde de diversión y conmociones cerebrales con patada voladora mediante.
El octágono (1980) inició la perniciosa moda de la ninjaploitation. Tipos enmascarados, shurikens, organizaciones secretas, katanas. Vienen a por ti, no sabes muy bien por qué, pero son letales y van de negro. Un año después llegó Golpe por golpe (1981), donde lo más destacado era ver a Christopher Lee ejerciendo como antagonista. Furia silenciosa (1982) nos contaba la historia de unos médicos juguetones a lo doctor Frankenstein que daban vida a un ‘humanoide-máquina-de-matar-sanguinaria’. No contaban, claro está, con el sheriff de la ciudad. El cartel promocional lo avisaba con una frase gloriosa: “La ciencia lo creó. Ahora Chuck Norris debe destruirlo”. ¡Yeaaaah!
McQuade, el lobo solitario (1983) volvía a ser una apología de esa individualidad norteamericana que él lleva hasta sus últimas consecuencias (“nacemos solos, matamos solos”, parece ser su lema). Particularmente sucia y con tiroteos-cenit muy peckinpanianos, resulta que tuvo como coguionista no acreditado al mismísimo John Millius (responsable del ídem de Las aventuras de Jeremiah Johnson, El juez de la horca, Harry el fuerte, o Apocalypse Now).
Es una etapa plagada de clásicos de la estulticia, como Invasión U.S.A. (1985), en la que nuestro héroe frustraba una invasión rusa por mar, como en la 1941 de Steven Spielberg. Incluía un duelo final a bazookazos de los que hacen época. Recuérdense que son los tiempos de “clásicos” imperecederos del cine-propaganda: Amanecer rojo, Commando, Cobra, El sargento de hierro… títulos que convierten el cine de Lenny Riefenstahl en el colmo de la sutileza.
En Código de silencio (1985) ejercía de Harry ‘el sucio’: métodos cuestionables, una venganza de por medio… si te traigo el cadáver del narcotraficante no preguntes cómo, jefe. Un filme de arte y ensayo comparado con El templo del oro (1986), intento de reeditar los éxitos de Indiana Jones, con un Norris haciendo de arqueólogo socarrón en aventura azteca. Creednos: convierte a Allan Quatermain y la ciudad perdida del oro de Richard Chamberlain en obra maestra. Incluía muerte de hechicero con poderes de inframundo por patada voladora.
Desaparecido en combate contó con tres partes, estrenadas en 1984, 85 y 88. Fue entre arrozales y empalizadas de madera donde conocimos a Braddock, el excombatiente con trauma en la chepa que iba y venía al sudeste asiático a rescatar americanos buenos y olvidados. Para él la guerra no terminaría hasta que el último de los hombres volviese a casa. Así que se pasó media década organizando viajes turísticos al Vietnam y cargándose amarillos a cámara lenta con su M-60. Nada personal.
Después llegó Walker, Texas Ranger, una serie que aguantó la friolera de ocho años en antena (203 episodios y un telefilme, el sueño de J.J. Abrams). La cosa arrancó en 1993 y la verdad es que al principio nos costó reconocerlo (¿qué se había hecho aquél hombre en la cara? ¿Era necesario subrayar su inexpresividad facial con un lifting?). Banderas americanas, hostiones en contrapicado y hasta deriva mística en las últimas temporadas (espíritus indios, transmigración de las almas, simbolismo equino… y fumata blanca, sí). El delirio le llevaría a convertirse en un cambiante en El guerrero del bosque (1996), donde hacía de nativo eco-coñazo que se transformaba en oso, lobo, comadreja o lo que hiciese falta. ¡Temblad, furtivos!
Los Delta Force vendrían a ser los más machos entre los machos. Operaciones especiales, autocastigo, torturas y esas cosas. Chuck estuvo en dos de sus entregas: Delta Force (1986) (aquella de la moto tuneada con misiles tierra-tierra) y Delta Force 2: conexión colombiana (1990). Secuestros de aviones, tráfico de drogas… lo típico. En Delta Force 3: el juego mortal (1991) la amenaza sólo consistía en detonar una bomba nuclear en Miami, así que le cedió los trastos a su hijo, el ínclito Mike Norris. Las comparaciones son odiosas.
Los ochenta habían acabado y Norris lo había dejado todo hecho unos zorros. Su mitificado John Wayne estaría orgulloso de su cachorro: hizo campaña a favor de George Bush, empezó a recibir palmaditas en la espalda por parte de organizaciones de veteranos y adoradores varios de la parafernalia militar y se fue perfilando en su conmocionada cabeza el que sería su proyecto vital estrella: el programa Kickstart Kids. Para minimizar el impacto de las drogas entre la juventud norteamericana, Chuck los puso a pegarse patadas y alejarlos así de las calles. Implantado ya en más de cuarenta institutos, sus objetivos parecen ser que los chavales “resuelvan conflictos pacíficamente” (¿¿??) y “no acaben formando parte de ningún gang criminal”. ¿Por qué ser un pandillero o un camello cuando Chuck te ofrece una vida mejor en el ring?
En lo cinematográfico, comienza la decadencia del héroe. Hizo una incursión en el subgénero de poli con can en Top Dog, el perro sargento (1995) y participó en las dos entregas de El hombre del presidente (2000 y 2002). Guardaespaldas y veterano de las fuerzas armadas (¡cómo no!), Joshua McCord lo mismo le salva el culo a la primera dama que promueve acciones de contraespionaje en Afganistan. La actualidad manda: allá donde hay un conflicto bélico, Chuck arrima el hombro.
En Cuestión de pelotas (2004) arranca su periplo haciendo de si mismo, en plan “artista invitado”. Aquí salía fugazmente como parte del jurado de un concurso de balón prisionero. Pero su consagración definitiva llega en Los mercenarios 2 (2012), donde a ritmo de Ennio Morricone aparece en escena tras haber matado a todos los malos (tanque incluido). Stallone saludaba al rey en un guiño con algo de elegíaco.
¿Cuándo se convirtió el personaje en leyenda? ¿Cuándo empezó el público a darse cuenta de que aquél superhombre indestructible no era de este mundo? ¿De que sus películas conformaban un corpus riguroso y consecuente? El territorio ya estaba abonado para la parodia, vía reciclado de chistes de vascos. Nacen así los denominados ‘Hechos de Chuck Norris’, aforismos que aspiran a explicarnos sus logros increíbles, como si de una crónica de los Apóstoles se tratase. Aquí van diez de los más memorables, pura sabiduría popular:
1.- No existe la teoría de la evolución, tan sólo una lista de las especies que Chuck Norris permite vivir.
2.- Chuck le echó un pulso una vez a Dios. Desde entonces los Papas bendicen con la mano izquierda…
3.- El primer día Dios dijo: “hágase la luz”. Chuck Norris le dio una patada en la boca y respondió: “pídelo por favor”.
4.- En realidad el Coyote no perseguía al Correcaminos. Chuck Norris les perseguía a ambos.
5.- Chuck Norris tiene el corazón de un niño. En un bote de cristal en su escritorio.
6.- Chuck Norris puede no saber dónde vives, pero siempre sabe donde vas a morir.
7.- Chuck Norris no hace flexiones, empuja al suelo.
8.- Chuck Norris sabe la última cifra de Pi.
9.- Cuando se enteró de que David Copperfield planeaba embarazar a una mujer sin tocarla, Chuck Norris se rió de lo lindo. Embarazó a David Copperfield, aceleró la gestación ocho meses y medio y le hizo la cesárea con un tenedor oxidado.
10.- Los extraterrestres existen, pero esperan a que Chuck Norris muera antes de atacar.
El hombre parece que se lo tomó con humor y hasta en su página web salen sobreimpresionados algunos de sus “hechos”, justo encima de un anuncio de una edición limitada de un revólver con su nombre. También nos ha salido articulista; en el WorldNetDaily se empeña en defender el creacionismo, la independencia de Texas, que se rece en las escuelas públicas… y suelta frases de esas que demuestran que tanto golpearse la crisma no puede ser bueno (“ningún patriota estará a favor de la separación entre iglesia y Estado”). Todo ello contrapunteado con sus apariciones en la teletienda, donde sigue promocionando potros de tortura como Total Gym, la máquina de ejercicios que te convertirá en el más herniado del gimnasio.
Chuck es ahora un heptagenario que pasea botas y sombrero de ala ancha por su rancho de Arenisco, a la espera de alguna emergencia global que le obligue a abandonar su retiro dorado (recuérdese que Chuck Norris no duerme. Espera). Su filmografía la componen una treintena de filmes olvidables, sí, pero que hacen que cada vez que los reponen en algún canal alcemos la vista con una sonrisa y esperemos unos minutos más, hasta volver a ver aquella escena que tanto nos impactó de jóvenes.
¿La nostalgia nos vuelve indulgentes? Puede. Norris fue otra de las caras visibles de un cine de evasión y victoria, de muerte y destrucción, de soflama e himno con la mano en el pecho. Pero, qué caray, el que ahora esas mismas películas sean disfrutables como comedias involuntarias dice algo bueno del mundo. De ese mundo, de ese universo en continua expansión…
…porque todo él intenta huir de Chuck Norris.
Bueno, Depe, bueno…
Tansolo una anotación. Dices que Bruce Lee venció a Norris en su lucha en el Coliseo romano. A día de hoy solo uno de ellos sigue vivo.
No ase falta que dises nada más…
Jojo… no lo había visto así… otro dato para investigar: entrenó con Bruce Lee, le dio clases a la mujer de Elvis… seguro que estas muertos? No me extrañaría que también hubiese estado con Michael Jackson la noche fatídica. ¿No será una especia de Michael Landon en ‘Autopista hacia al cielo’? ¿Si te toca te teletransporta al limbo?