La cuarta edición del Festival Americana llega por fin a Barcelona. Del 1 al 5 de marzo, las salas de los cines Girona nos muestran lo último del panorama indie norteamericano: Americana Tops, Americana Next, Americana Docs, proyecciones de cortometrajes, sesiones para los más pequeños, talleres de crítica en La Casa del Cine… En definitiva, un festival breve pero intenso que colmará las ansias de esa parte de la población que necesita, cada cierto tiempo, su inevitable ración de eventos culturales.
Intentar encontrar una relación obvia entre las películas que conforman la programación de este festival probablemente sea una tarea agotadora y, además, poco fructífera. La heterogeneidad de géneros y temáticas nos confirma que Norteamérica es grande (no en el sentido Trumpiano, claro) y heterodoxa. Que, por fortuna, los clichés norteamericanos con los que la publicidad y los medios de comunicación nos bombardean son tan solo una parte (tal vez no tan significativa) de la cultura norteamericana. Que más allá del capitalismo, la junk food y los partidos de beisbol, los temas que aborda el cine yanqui independiente son plurales. Que hay directores capaces de mantener su mirada personal sin ceder a los designios del mainstream y la comercialidad. En definitiva, que Norteamérica esta llena de gente con mucho que decir.
Nuestro primer día de proyecciones tras la sesión inaugural (en la que se pudo ver Donald Cried, de la cual os hablaremos en breve) consistió en una variopinta mezcla de géneros –terror y comedia por un lado, drama y documental por otro– que bien podrían servir de caprichoso preludio (¿o tal vez no?) a lo que está por venir.
En Another Evil, el debut en el largometraje de Carson D. Mell, nos encontramos con una inquietante parodia de ese subgénero del cine de terror que cuenta entre sus protagonistas –como no podía ser de otro modo– con una casa encantada. Heredera de los realitys americanos de filiación paranormal y abduccionista (con Ghost Hunters y Paranormal Whitness a la cabeza), Another Evil cuenta con los típicos elementos conocidos por todos los fieles al género (familia feliz, casa alejada del mundanal ruido, espíritus que se manifiestan y exorcistas de diverso calado); pero en lugar de seguir a rajatabla los códigos del género, los pervierte para hacer reír sin pausa al espectador. Al menos, durante la primera mitad del filme. La historia de Another Evil es bien sencilla: Dan, artista supuestamente moderno que pinta de modo obsesivo círculos negros que siempre son metáforas de otras cosas, vive una idílica existencia junto a su esposa y su hijo adolescente. Pero he aquí que un par de espíritus revoltosos deciden perturbar su paz manifestándose mediante inofensivas gamberradas. Dan, dispuesto a cortar por lo sano con estas traviesas manifestaciones provenientes del más allá, decide llamar a un exorcista para que haga limpieza en casa. A partir de aquí se sucederán los innumerables rituales perpetrados por el supuesto “profesional”, a cada cual más grotesco absurdo y kistch que el anterior. ¿El veredicto? Los espíritus no son dañinos, Dan es un hombre con suerte y tiene a dos invitados del más allá que de vez en cuando aparecerán por su casa para reafirmar su existencia y amenizar la velada. Como era de esperar, Dan, disconforme con el veredicto del poco ortodoxo exorcista, decide contar con una segunda opinión. Por recomendación de su galerista contrata a Os, supuesto profesional que se supone ha de dejar su casa libre de espíritus. Y ese, solo ese, es el error que Dan cometerá y que supondrá el inicio de sus mayores pesadillas. Lástima que, en esta segunda parte del filme, el guión pierda algo de fuerza, el cambio de tono no acabe de funcionar y la pesadilla, finalmente, no llegue a ser tan contundente como podría haber sido.
Y del terror esperpéntico y kistch de Another Evil pasamos a Love True, documental de la directora Alma Har’el que ha cosechado los parabienes de diversos festivales (Karlovy Vary o Tribeca entre otros) y que cuenta con la producción ejecutiva de Shia LaBeouf, ser humano y actor de excéntrico comportamiento que con frecuencia gusta de navegar entre dos aguas, la de la genialidad metareferencial y la de la bufonada autoparódica.
El filme de Har’el se constituye en torno a tres historias. Tres historias que hablan, principalmente, del amor y de todo lo rodea a este omnipresente sentimiento que a lo largo de la historia ha protagonizado cientos, miles, millones de relatos. Con una estructura fragmentada similar a Bombay Beach (su anterior documental), Love True pretende desmitificar ese amor prefabricado, ideal e inexistente que se nos vende con tanta persistencia y machaconería. La inseguridad, los celos, el miedo, el afán de superación y la fe católica son los compañeros de viaje de ese amor que, aunque no sea tan perfecto como puede parecer en un principio, acaba por erigirse orgulloso vencedor en la batalla de la vida. Un mensaje respecto al que no tendría nada que objetar si no fuese porque la visión de Har’el resulta algo limitada (heterocentrista, tópica, lastrada por la religión católica) y los personajes no son tan interesantes o sorprendentes como nos gustaría. Una envoltura indie resultona de inspiración onírica (no en vano, Har’el tiene una amplia experiencia como realizadora de videos musicales), música folk con letras buenistas e imágenes de inspiradora belleza que, sin embargo, se obcecan en contar las mismas historias de siempre, aferrándose a los clichés como a clavos ardiendo. ¿Soy lo suficientemente bonita para él? ¿Podré superar mis inseguridades? ¿Me querrá alguien cuando ya no sea joven? ¿Podré superar el hecho de que mi mujer me haya engañado con mi mejor amigo? ¿Seré capaz de querer a este niño a pesar de no ser su padre biológico? ¿Me querrá Dios aunque cometa errores? ¿Conseguiré tener una familia feliz como esas que aparecen por televisión? Los tiempos cambian, sí. Pero las preguntas que algunos se hacen, quizás no tanto.
Me pregunto por la razón de que este nuevo way of live de inspiración new age, tan bien intencionado como naif, haya sufrido un espectacular aumento de popularidad en los últimos años. Tal vez sea debido a que el sistema imperante, vendido irremediablemente a la causa de la rentabilidad económica, es cada vez menos humano y más hostil con esas inmensas mayorías desprovistas de poder –económico, social o simbólico–. Una razón de peso, sí, pero no suficiente como para convencerme de que esta sea la mejor opción. Una razón que me lleva a preguntarme si existe una alternativa a estos dos extremos un tanto caricaturescos: el del neoliberalismo feroz, el del sentimentalismo coelhiano de manual de autoayuda.