El cantautor asturiano presentó la semana pasada su último álbum en la sala Salamandra con motivo de la novena edición del Festival Acròbates, una cita ineludible con la cultura en Hospitalet de Llobregat durante el mes de noviembre
Cómo no hacer crac al escuchar su voz quebrada, acompañada de personajes, situaciones, guitarras, ukeleles y pianos. Un músico sin pelos en la lengua que ha conseguido ‘resituarse’ haciendo lo que mejor sabe hacer: empaparse de la realidad que se vive a diario en este país y escupirla. Una muestra de ello es “Libertariana song”, la canción con la que el irónico trovador, ukelele en mano, inició el espectáculo. Ritmos tropicales y frases incendiarias (“Hay cabezas que pisotear / ya no valen disculpas / hombres con placa te humillarán / y tuya será la culpa”) se colaban en los oídos y en las mentes del público, todavía desorientado.
Nadie dijo que fuera fácil asimilar un concierto de estas características. Y es por eso que Nacho Vegas tiró de clásicos como lo son “Nuevos planes, idénticas estrategias”, una canción que pertenece al redondo Desaparezca aquí. Pero hay que reconocer que también se le da bien camelarse a un séquito de admiradores de todas las edades, estilos y colores (¿Ningún ‘gafaspasta’ a la vista? ¡Vaya, qué decepción!) con temas de su último largo. “Ciudad vampira”, inspirada por la melodía de “Devil town” (Daniel Johnston), es una de ellas. Una canción sobre su tierra y en general sobre ciudades “malditas”, en las que la crisis ha llegado a la cama de cualquier español de clase media en paro (“No quería hacerlo pero tú insististe / y vi tu cara triste cuando te corriste / y es que esta tristeza es integral”).
También se sucedieron “Runrún” (Fundación Robo en estado puro), “Rapaza de San Antolín” (una fascinación por Lorena Álvarez y su Banda Municipal bien encauzada), “Polvorado” (un chute de energía anti capitalista) o “Actores pocos memorables” (una crítica a unos cuantos personajes, incluido el mismo). Pero este cuarentón de mirada cabizbaja y melena rubia no se iba a olvidar de sus raíces. Ya se sabe, la cabra tira al monte. “Taberneros”, una historia desgarradora de amores que se marcharon -más recitada que cantada-, estaba sonando. Aquella pieza inspirada en una melodía asturiana tradicional emocionaría a más de uno.
Y el folclore popular asturiano se personificó en la voz de Lorena Álvarez o en su defecto la que podría ser la hija artística del gijonés. Talento y sentido del humor no le faltan. Así pues, canciones como “Soy un olmo” o “Novias” no hicieron más que animar una sala llena hasta la bandera. Antes de decir adiós el asturiano recordaría la ciudad donde vive –esta vez para hablar bien de ella– con “Luz de agosto en Gijón”. Un riff luminoso de guitarra encandilaba a los asistentes. A continuación el cantautor y el grupo de competentes músicos que le acompañaban (Abraham Boba, Manu Molina (¡bravísimo!), Luis Rodríguez y Joseba Irazoki) se marchaban para volver minutos después. “El hombre que casi conoció a Michi Panero” se encargó de poner el broche de oro a la velada. No es casualidad que pertenezca a Desaparezca aquí, el trabajo que consagró la carrera de este trovador contemporáneo, cada vez más necesario en estos días de lluvias y temporales.