Desde Noruega y sin amor nos ha llegado una serie minúscula y con la razonable sospecha de haber querido ser alguna otra cosa (¿os imagináis este argumento filmado en formato largometraje con la mala baba de un Peter Strickland o un Ben Wheatley?). Cuatro episodios de menos de 20 minutos que plantean una distopía que no necesita de un gran presupuesto para incomodar.
Lo más notable: sus apuntes del natural sobre la que se avecina. En toda ficción de anticipación lo más interesante acaba siendo cuántas de esas ideas bosquejadas las vemos viables… incluso de inminente aplicación. Recopilo aquí 10 inquietantes “verosímiles irrealidades” con la habitual sorna escandinava (lo de mirar al abismo con una sonrisa en la boca se les da demasiado bien, oigan). Este es el mundo en el que se mueve nuestra arquitecta:
- Hipotecas concedidas por reconocimiento facial. Sí, amigos, era cuestión de tiempo: en los bancos del futuro solo tendrán derecho a interacción con humanos los muy ricos. Una máquina valorará nuestra solvencia y con un sencillo algoritmo pondrá coto a nuestras ansias de crédito impagable (casi me parece más humano que la ironía de un gestor de banca recitando en voz alta tus ganancias brutas anuales).
- No se podrá deambular por la vía pública sin consumir. La idea es tan buena que a buen seguro ya la está estudiando el ramo de la hostelería o algún alcalde falto de financiación para un quinto o sexto cinturón de ronda; no podrás pasearte sin más por un determinado lugar sin echar mano de la cartera y… comprar algo. Un café, por ejemplo. Porque si se sale de casa es “pa hacer gasto, niiiño”.
- Drones pasea-perros. Me consta que la valorabais como una profesión de futuro, pero dejad de haceros ilusiones. Los canes serán conducidos por la ruta más eficiente posible teniendo en cuenta su constitución física, calorías fungibles y cercanía a árboles dog-friendly en los que levantar la patita. Y es que el animal de compañía de un dueño plenamente incorporado a la fuerza de trabajo solo podrá ver la calle de la mano de una máquina. Más deprimente que paradójico.
- Hermosas soluciones habitacionales bajo tierra y sin iluminación natural. Las ordenanzas de urbanismo están para cambiarlas. A grandes problemas, grandes soluciones: seamos creativos y convirtamos los lóbregos subniveles de nuestros parkings comunitarios en… en casas. Un espacio en el cuál poder vivir una genuina experiencia compartida con otros afortunados, con otros privilegiados dispuestos a vivir en el centro de la capital a cualquier precio (textualmente). No lo dudéis: las catacumbas no tardarán en ser convenientemente gentrificadas.
- Ni reciclado ni gaitas: aniquilación instantánea. Las papeleras del mañana dejarán de ser ese galimatías de colores, plásticos, cartones y cristales. Objeto que deposites dentro, objeto que será desintegrado. El sueño de un concejal de urbanismo ahíto de prebendas.
- Presentaciones en entornos de realidad virtual. Proyectista del futuro, ¡olvídate de maquetas y powerpoints! Podrás explicar tu idea paseando por una recreación en 3-D de la misma, señalando fachadas retranqueadas, esquinas con personalidad y acabados de lujo. La experiencia interactiva primará por encima de cualesquiera otro condicionante moral. Enjoy it!
- ¿Algo más chic y exclusivo que la publicidad con seres de carne y hueso en lugar de maniquíes de mirada hierática? Más allá del empleo basura: estar toda una jornada laboral en el escaparate, expuesto a la indiferencia de la multitud. Apenas da para subsistir, pero de tanto simular que desfilas por una pasarela se te quedan unas piernas que no veas.
- Autolesionarse para obtener el dinero para la paga y señal de tu domicilio. En un mundo en el que las relaciones contractuales lo son todo, lo único que te asegura un techo sobre tu cabeza es… la indemnización de tu seguro. ¿Y cómo obtener ese capital? Pues bien sencillo: clavándote un cuchillo en el bajo vientre, volándote la rótula o malhiriéndote de tal manera que te conviertas en acreedor por primera y última vez en tu vida (David Cronenberg ya está salivando con esta deliciosa posibilidad).
- Validación de contratos mediante huella digital. No deja de ser una modernización del clásico membrete / sello que todavía llevan consigo los japoneses, pero no me digáis que esto lo veis tan descabellado: que el papeleo quede reducido a una simple sensación táctil (las consecuencias de lo que has firmado… bueno, eso ya es harina de otro costal).
- Y, en definitiva, una distancia sideral entre aquellos que tiene un empleo con un sueldo decente y el común de los precarios mortales. En The Arquitect no vemos más que una proyección a medio plazo de una realidad que ya ni tan siquiera consideramos terrible: el triunfo de la lógica capitalista a expensas del humanismo. (No perdáis demasiado tiempo lamentándolo u otro se hará con el alquiler con opción a compra de esa coqueta plaza de aparcamiento cerca del único inodoro).