El pasado martes 27 de agosto, la Sala Salamandra se llenaba de amantes del metal para recibir con los brazos abiertos a Soulfly, la banda creada por Max Cavalera en 1997 cuando dejó las filas de Sepultura, una de las bandas más míticas del metal noventero. Por aquel entonces, algunos fans (entre ellos un servidor) teníamos la sensación de que las diferencias que llevaron a esta dramática separación se resolverían tarde o temprano, y que la incorporación de Derrick Green sería un estado provisional. La historia no ha querido que fuera así, e incluso el batería original, Igor Cavalera, dejó la banda en 2006.
Desde entonces, Soulfly han sacado ya 12 discos (y un E.P.) y han vivido numerosos cambios de personal. A nivel musical, da la impresión de que Max Cavalera no ha evolucionado demasiado. Es como si siguiera componiendo una y otra vez las canciones del espectacular Roots, el que sería su último disco con Sepultura.
Dicho esto, sus directos siguen siendo verdaderas bombas de groove metal. Todavía tengo en mi recuerdo la primera vez que los vi, en un lejano 1998 en la Sala Zeleste. Y a pesar de los años pasados, la energía de Max sigue ahí.
El concierto empezó con la incendiaria ‘Back to the Primitive’. Un público entregado desde el principio vibró, saltó y se emocionó con la descarga de Soulfly. Max entiende a la perfección lo que esperan de él sus fans, y se lo da con creces. Así que el concierto es un repaso por el material old school de Soulfly. No faltaron temazos como ‘No hope, no fear’, ‘Prophecy’ o ‘War, Fire, Blood, Hate’.
Lo que caracteriza a Soulfly en el escenario es su intensidad. La presencia de Max Cavalera es magnética. Sabe motivar al público, llevándolo hacia donde él quiere. Si quiere que se forme un mosh pit salvaje en el centro, pues se hace. Si quiere que todo el mundo se agache, se hace… para luego saltar al unísono al empezar la bomba de ‘Jumpdafuckup’.
La banda actual es compacta y efectiva. Max Cavalera, con sus sempiternas rastas y la sensación de estárselo pasando en grande todo el rato. El bajista Mike Leon, que aporta muchísima energía e incluso un toque cómico. El guitarrista Mike DeLeon, eficiente como una apisonadora. Y a la batería Zyon, uno de los hijos de Max. Y para interpretar ‘Bleed’, hizo acto de aparición otro de sus hijos, Richie, emulando a Fred Durst de Limp Bizkit, que la cantó en el primer disco de Soulfly.
La noche se cerraba con un demoledor ‘Eye for an Eye’, con un público entregadísimo. Tal vez eché en falta que tocaran algún tema de Sepultura como ‘Roots Bloody Roots’, pero no me puedo quejar. Max Cavalera y compañía ofrecieron una buena dosis de metal, demostrando que todavía están en forma. Un concierto potente, crudo y a la vez conmovedor.