¿Qué queremos decir cuando afirmamos, ahítos de goce cinéfilo, que una película atesora “mucho cine”? Pues exactamente eso: que en ella confluye el arte -ese que se le presupone al oficiante, sí-, la originalidad, el respeto a las formas -con tramas ambivalentes que aun así no esconden sus claros referentes pretéritos- junto a una voluntad de modernidad, de seguir haciéndose las eternas preguntas (“¿por qué y para quién filmo?, ¿qué me gustaría que la gente tuviese en mente antes de enfrentarse a mi obra?, ¿cuáles son las reglas del juego, de mi juego?, ¿hasta qué punto está dispuesto el espectador a dejarse llevar, a disfrutar del viaje?”).

En Decision to Leave hay mucho, pero que mucho cine. Tanto que hubiese dado para varias películas, valientemente fusionadas para la ocasión en un cóctel genérico que carece de filiación alguna y que reivindica, de hecho, su propia orfandad. La libertad de Chan-wook es aquí total, como si hubiese abandonado cualquier hoja de ruta a mitad de rodaje. ¿El resultado es… ¿un noir seco, un thriller más mórbido que morboso o una historia de enamoramientos a destiempo (por una cuestión de profesionalidad el uno, por una cuestión de justicia restitutiva la otra)? ¿Se toma en serio a sus propios personajes en todo momento? ¿Se los toma en alguno?
Chan-wook lleva 30 años regalándonos escenas impactantes, desaforadas venganzas, amoríos anticonvencionales. Sus protagonistas suelen tener motivaciones personales, esa potente palanca para la acción resolutiva que es… un trauma a su debido tiempo.
El resultado ya lo conocéis: sadismo, hemorragia y satén; un tipo avanzando y retrocediendo martillo en mano por uno de los corredores más famosos de la historia del cine (junto al de El resplandor (1980) de Stanley Kubrick o el pasillo fatídico de aquél otro hotel peckinpaniano (La huida (1972)), una incomprendida película americana (Stoker (2013)) o una, a mi entender, fallida adaptación de esa sensacional novela alrededor del amor -pero sobre todo, de la crueldad mental- titulada Falsa identidad, transformada en vendetta de doncella pervertida oralmente por un pornógrafo.
Tantísimos cadáveres más tarde, henos aquí de nuevo en la Corea del Sur contemporánea; la de las deudas, el poder de las élites y las falsas redenciones. En su primera parte, el film podría pasar por una buddy movie esbozada a vuela pluma, sin necesidad de prólogo para ahorrarnos así los lugares comunes: un marido despeñado, una mujer sospechosísima, un policía con la guardia baja, un compañero dispuesto a recordárselo. Porque sabemos que le están engañando como a un bendito, que solo es cuestión de tiempo que se rinda ante la evidencia, que quede “devastado”. No hace falta ver consumada su pasión con sordina: todos y todas nos rendiríamos antes esa mujer china marcada, decidida a lanzar los votos matrimoniales al vacío (¿puede existir un personaje más detestable -por su oficio, por su cobardía, por su narcisismo hecho siglas con el que marcar todo lo suyo- que el cónyuge-Ícaro?).
Un primer amago de resolución. Saber quién lo hizo y por qué y sin embargo no poder contarlo sin quedar desacreditado de por vida. Por el camino -y a través de otros casos resueltos en paralelo- el policía recto descubrirá hasta dónde están dispuestos a llegar algunos por… ¿amor, sed de novedad o purita costumbre?

Tras el primer crimen premeditado, diurno y alevoso… un par de genuinas muertes consecuencia de algo tan etéreo como el tratar de recuperar el respeto de quien te amó (aunque fuese a su silenciosa manera). El de ahora es un plan igual de retorcido que el original, una ofrenda en toda regla que debe de acabar esta vez de tal forma que el amante ninguneado pueda presumir de émulo de Sherlock. Sacarle lustre a la placa, presumir de otra muesca en su tablón del olvido, las pruebas más que circunstanciales, los cuerpos contusos colonizados por insectos moralmente neutros y.. y la gloria (la suya, claro). Dejarle ejercer una vez más su oficio -¿el único contrato matrimonial que está dispuesto a cumplir?-, quizás porque no existe rival más formidable para una mujer mucho más inteligente que… plantarle cara a la inercia vital de un funcionario de crímenes ajenos con exceso de celo.
La fuga que ambos emprenden -arrastrándose mutuamente en una espiral mucho más desaforada de lo que nos transmite una puesta en escena inusualmente reposada- nos remite directamente a los amantes del cine de Truffaut, dispuestos siempre a dejarse camelar por sirenas del Mississipi o nereidas del Yangtsé, vecinas de las que es imposible alejarse mucho más allá de dos casitas pareadas o novias que vestían de negro. Caminos todos de perdición con décadas de literatura a sus espaldas.
Alfred Hitchcock también aporta su granito de arena en esta desconstrucción de la amante en potencia (la de la ficción, pero también la real: la actriz inalcanzable), en este continuo quererse sin querer quererlo. La decisión -la del título, la de la protagonista, la del director- termina siendo inapelable: la simuladora de suicidios perpetrará el suyo con el aura reservada a los crímenes perfectos. Ni arma ni cuerpo del delito. Ni tumba visitable ni muerte de amor.
…aunque sí que haya preludio wagneriano (mahleriano en esta ocasión), aquel acompañante sinfónico que hipnotizaba a un protagonista enardecido en el final de Abismos de pasión (Luis Buñuel, 1952). Adiós a la vida ordenada y perfecta -hasta en la periodicidad de los encuentros sexuales con su pareja- del inspector de homicidios venido de Busán.
La playa en oposición a la montaña, las simas como antónimo de las cimas yermas. Sobre entendidos y chistes privados -en formato audio o confesión en duermevela- que, a manera de pistas desperdigadas cual migas de pan y solo para sus ojos, dejan a nuestro sabueso herido mortalmente, enfrentándose al más definitivo de los atardeceres.
Y toda esta historia rocambolesca, esta trama adulterada de policías y heroínas, nos la sirve el director de Old Boy (2003) en un envoltorio sedoso que, en una primera lectura, diríase que pretende homenajear al cine coreano de los últimos 25 años: persecuciones, giros de guion, amour fou. Pero esto no va de filmografías locales, sino de una industria que respeta sus productos y de unos cineastas-autores de la talla de Park Chan-wook.

Ya había mucha poesía en la sangre de su trilogía de la venganza. Decision to Leave va mucho más allá de lo aparatoso y operístico, militando abiertamente en una especie de optimismo nihilista; esto es un In the mood for love a ritmo de tango, con una pareja que baila muy pegada pero que juega a medirse e ignorarse alternativamente con la mirada… queriendo huir de su condición de personajes de ficción para salir ahí fuera y quererse un rato.
Pero de verdad.