El creador de Sandman y American Gods vuelve con nuevo libro, una maravillosa e inesperada mezcla de novela que parece literatura infantil pero que no lo es y recuerdos de infancia. Una obra que ronda su memoria, sus vivencias, sus miedos y sus anhelos infantiles y que Gaiman construye creando realidades tan surrealistas como siempre pero que a la vez, parecen reales. Mientras lo lees, puedes pensar tranquilamente, esto me podía haber pasado a mí, mi infancia fue así, yo recuerdo esto. Aunque sea algo imposible. Es el toque mágico de Neil Gaiman.
Un hombre de mediana edad vuelve a su Sussex natal, en Inglaterra, para asistir a un funeral. Allí sentirá la nostalgia de un pasado que le lleva al final del camino, el lugar en el que conoció a Lettie Hempstock cuando tenía siete años y que marcaría su vida para siempre. Los Hempstock son una familia habitual para Gaiman, varios de sus miembros han aparecido en sus libros, desde que los creó en su mente han demandado estar ahí, apareciendo y desapareciendo pero pidiéndole al autor una historia propia, ahora por fin tienen protagonismo.
Este libro que empezó como un relato corto que tomó vida propia y se convirtió en novela. Un libro que Gaiman volvió a escribir en uno de los retiros que amablemente siempre le proporciona su gran amiga Tori Amos. Gaiman lo escribía como regalo a su esposa, Amanda Palmer mientras ésta estaba grabando su último disco en Australia y a la que no vio en cuatro meses. Un cuento que le contaba poco a poco y que fue creciendo y creciendo hasta convertirse en novela.
Este hombre, que regresa al lugar en el que nació y del que se fue hace tanto tiempo, siente un anhelo, un deseo que le dirige a la casa de los Hempstock, al pozo que hay en la propiedad, un recuerdo fugaz que se cruza en su camino y le devuelve a su infancia, cuando el mundo perfecto en el que vivía cambió por completo por un hecho inesperado. La magia y el terror que aparecen, que conviven con nosotros, que forman parte de lo que somos se despierta y nos ataca, nos persigue y no nos suelta. Una pesadilla hecha realidad, bañada de los recuerdos de un niño de siete años, un trasunto de Neil Gaiman que no es Neil Gaiman y un pasado pasado que nunca sucedió.
Recuerdos de niñez confusos que hacen que nos cueste fijar una imagen clara de lo que vivimos y que permiten al escritor reformular un pasado plagado de magia y misterio, de aventuras, emociones y terror, de miedo y de anhelos. Un pasado bañado por un océano al final del camino. Nostalgia de un pasado que fue o que quizás no fue, recuerdos borrosos de una niñez mejor o quizás peor, ¿quién sabe? Y ese es el elemento que permite crear el relato de Gaiman con tanta lucidez, el recuerdo borroso que todos tenemos de la niñez, ese momento, esa sensación que nos hace volver al lugar del que vinimos: una imagen, un olor, un sentimiento,…El momento en el que la memoria se dispara y volvemos a vivir el pasado, de una manera diferente, porque simplemente es un recuerdo que nos asalta mientras paseámos al lado del océano al final del camino.